Nada humano me es ajeno.
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Humano soy, nada humano me es ajeno. Así decía Terencio, el cómico latino.
Y es verdad. La base de la ética es reconocer la propia humanidad en los otros. Tanto sus triunfos como sus errores. Especialmente sus errores, que son los mismos que los mios.
La capacidad de reír, soñar, luchar, llorar y hasta la misma sangre que corre por las venas.
El que se sienta diferente que diga que es de otro planeta, ahora que tan de moda están los alienígenas. Porque claro, cuando hay algo que o no sabemos o no queremos explicar hay que echarle la culpa al gato.
Ha pasado tantas veces a lo largo de la historia de la ‘deshumanidad’ que ya no nos reconocemos en el que es igual que yo. Con mis mismos defectos. Porque nos cuesta asumir que cometemos errores.